Por Marlene Vega y Álvaro Cruz
¿Y si Jesucristo estuviera entre nosotros hoy, caminando nuestras mismas calles, respirando este mismo aire, tocando con sus manos el dolor del mundo actual?
Quizás no vestiría túnicas, ni hablaría desde un monte. Tal vez lo veríamos en jeans gastados, con una mochila al hombro y una sonrisa serena, sentándose con los que nadie quiere mirar: las personas sin hogar, los migrantes, los olvidados. Lo encontraríamos en una sala de urgencias, sosteniendo la mano de quien muere solo. O en una escuela rural, enseñando no con fórmulas, sino con compasión.
Jesucristo hoy no predicaría desde lo alto, sino desde abajo, desde el silencio profundo de quienes sufren y no saben cómo poner en palabras su dolor. Sería el amigo que no juzga, el hermano que te escucha, el caminante que se detiene contigo aunque no sepa a dónde vas.
En un mundo donde las redes gritan y las pantallas distraen, Él hablaría bajito. Y aun así, su voz tocaría los corazones con la fuerza de la verdad. No buscaría templos de piedra, porque su casa estaría en cada rincón donde alguien ame sin condiciones. Su cruz no sería de madera: sería el peso de la indiferencia que muchos cargan sin saberlo.
Jesucristo en la actualidad sería luz sin espectáculo, fe sin dogma, presencia sin ego. No vendría a condenar, sino a abrazar. No vendría a exigir, sino a mostrar con el ejemplo que el verdadero milagro es amar sin miedo. Estaría con los niños que lloran, con las madres solas, con los jóvenes perdidos, con los ancianos que esperan. Estaría, simplemente… estaría.
Y aunque algunos no lo reconocieran, otros —sin saber por qué— se sentirían en paz a su lado. Porque el amor, cuando es puro, siempre se reconoce, aunque no tenga nombre ni rostro.
Jesucristo, hoy, seguiría siendo lo que siempre ha sido: un faro en medio de la oscuridad. No para que lo adoremos de lejos, sino para que lo imitemos de cerca. Para que cada uno de nosotros, en lo cotidiano, se atreva a ser un pequeño reflejo de su luz.
“De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”
— Mateo 25:40
Reflexión final:
No esperemos a ver a Jesús en lo extraordinario. Él está en lo pequeño, en lo invisible, en lo que muchos no miran. Tal vez no venga a cambiar el mundo con milagros… porque el verdadero milagro es que lo cambiemos nosotros, con actos de amor, uno a uno, día tras día.